miércoles, 6 de agosto de 2008

Érase una vez...

Érase una vez una niña a la que le encantaba la música. Pasaba las tardes cantando y disfrutando de las melodías que su propia voz le regalaba. Tenía una voz cristalina, que se filtraba en el alma de la gente, como el sonido que produciría una copa de cristal de Murano acariciada por el dedo índice de un ángel.

Un día, la niña se entristeció. Pensó que cantar era tan bonito como la Luna, pero que a su canto le faltaban las estrellas, le faltaba la música. De esta manera decidió, como gran luchadora que era (y que es), volver a blandir su sonrisa y esmerarse por conseguirlas.

Tras un gran esfuerzo, trabajo y perseverancia, logró que llegara a sus manos una guitarra. Estaba radiante de felicidad… ¡Por fin podría acompañar a su voz con otra melodía! Pero pronto se dio cuenta de que ella no sabía tocar la guitarra. Aquello era un arte, algo que la gente estudiaba, y ella no sabía como usarla. En aquel momento, la niña no tuvo el empujón que todos necesitamos de vez en cuando, no tuvo una voz que le recordase las estrellas que buscaba, y por esa razón, el cielo se nubló y la guitarra quedó guardada en un rincón, esperando pacientemente las caricias de su nueva dueña.

El tiempo pasó, y la niña se hizo mujer (aunque en su interior todavía vive esa niña). Ella nunca dejó de cantar; cantaba a los niños y a los adultos, a la naturaleza, a los sentimientos, era su forma de comunicarse con el Universo. De esta manera, y con su gran corazón, fue regando todo lo que la rodeaba con su esencia. Fue dando a todo el mundo lo mejor de ella, esforzándose siempre por los demás, y haciendo feliz a la gente (entre los que me incluyo).

Siendo esto así, raro era que en su vida no apareciese un príncipe, y por su puesto apareció, el mejor de ellos. Y como siempre pasa en los cuentos… se casaron (en un castillo).

Y aquí nació esta historia, de un niño al que un día le toco una gota de su esencia, al que su paso (y lo que queda) no le dejó indiferente, de un niño que disfrutó tanto de su voz, de sus palabras y de su compañía, que se sentía en deuda con ella, y humildemente se propuso mostrarle el cielo estrellado.

Trina, tu me has enseñado lo bonito de sacrificarse por los demás, de hacer las cosas desde la ilusión y el entusiasmo, de enfrentarse a los problemas con una gran sonrisa, me has enseñado lo grande que es la amistad y la confianza, y sobre todo me has enseñado a buscar siempre el camino de la felicidad y a andarlo pisando bien fuerte.

Gracias por todo, gracias por estar siempre ahí y por ser como eres.

Te quiere, tu amigo


RAMI

1 comentario:

RAmi dijo...

Me alegra un montón que te hayas decidido a compartir con nosotros un blog y me hace muy feliz que para estrenarlo hayas puesto el cuento que te regalé. ¡GRACIAS!

Sabes, que para cualquier duda técnica que tengas del blog, estaré ahí encantado de ayudarte.

Un besito muy fuerte!!